REINALDO ARROYAVE LOPERA




Hablo constantemente, porque lo siento de verdad, sobre la importancia del factor humano. Eso consiste en saber siempre, en cada instante de nuestra vida, que nuestro semejante sufre o  goza como consecuencia de la maldad o de la bondad que uno sea capaz de causarle. Soy testigo de tu generosidad espiritual y de tu preocupación por el bien común. He ganado mucho con nuestra mutua amistad, que es inalterable.

Medellín, marzo 18 de 1987.

Mi querido Saúl

Hace pocos días, por honrosa invitación de hombres muy ilustres de nuestro país, estuve reflexionando sobre la vida de hoy midiendo, más con angustia que con objetividad, el torrente de las ambiciones humanas, el creciente desequilibrio en las oportunidades, la sordera y la lejanía que van pegadas a la adquisición del poder y aquella inmensa distancia que existe en los que necesitan y sufren y quienes no permiten ni se trazan fronteras en su propósito de acumular bienes materiales o facultad de decisión. Y en el centro mismo de esos dos grandes grupos, otro más numeroso aún, -tal vez el más importante-, mirando cómo pasa la tempestad, pero sin oírla ni sentirla, e ignorando, ojalá que no sea deliberadamente, que ellos, los de la medianía, son quienes pueden señalar el rumbo del futuro.

Mientras descansaba de esas meditaciones, leía un libro y me parecía verse al frente de un grupo de estudiantes, expectantes y activos, orientados magistralmente por ti, hacia el ejercicio honesto de las prácticas económicas. Pero, aunque la página de las dedicatorias se puede leer en un instante, me detuve en ella, emocionado y feliz. Nada hay que hable más claro de la calidad humana de cualquier hijo de Dios, que su propia capacidad para la gratitud. Es que tú, cuando pensaste que el fruto de tu trabajo quedaría enmarcado en el testimonio implacable y duradero de un libro, te sobrecogió el instinto de tu origen y de tu raza. Y cuando uno señala, como bandera y como escudo, a quienes lo amamantaron, lo educaron y lo amaron, no puede ser víctima de la frialdad ni de la indiferencia. Bendito sea el vientre de Doña Inés y el espíritu aleccionador de Don Emilio.

Encontré querido amigo, como esta carta la estoy escribiendo bajo el influjo de los vientos contrarios, no te molestes por su incoherencia. Más bien te ruego que busques en ella, para encontrarla, aquella relación inevitable entre las cosas de comer y el alimento del espíritu. Yo mismo antes, pero no ahora, cuando veía las mañanas grises, aunque el cielo estuviera limpio y azul, sentí el miedo de la vida y palpé la necesidad de que me obligase a existir. Fue cuando creí, tal vez sin razón alguna, que mis actividades ordinarias podrían reducirse a un ciego y grosero culto de dinero.

Ahora sé, desde mi aparente soledad, que la vida de cada hombre posee un sentido de profundo e infinito, mientras tenga un mensaje útil para los demás, y durante cada minuto en que el alma se sienta pronta a darse y a vivir la ruta de los otros.

Da lástima por ejemplo que, tú nos enseñas, en tu libro, la manera exacta de medir las cosas, hay muchos términos de referencia que la mayoría de la gente no pueda conocer, porque se guardan para el manejo exclusivo de quienes las manipulan en su propio beneficio. De allí resulta el fenómeno que señaló recientemente Fabio Echeverry, mi buen amigo, sobre el abismo entre la prosperidad empresarial y la creciente angustia de los dirigentes empresariales, con relación a grupos humanos de indiscutible preponderancia. No quiso decir por elegancia, con ese auténtico sentido de la ironía que él maneja, que la frialdad de los intereses económicos se adhiere tanto al espíritu de sus dirigentes, que éstos, en muchas ocasiones, disimulan su indiferencia, bajo la máscara de una gran cortesía. Y que viven y trabajan en medio de la multitud, con la oportunidad de sentir sus angustias y sus deseos, pero no se interesan por ella. Parecen creer, más bien, que la miseria también es explorable, como una mina de oro, o como el resultante de cualquier conflicto entre almas atormentadas.

Tal como debe hacerlo un profesor de finanzas, a los estudiantes de esta materia conviene señalarles algunas bases objetivas para la iniciación de relaciones económicas entre el vendedor y el comprador. Mi experiencia de tantos años me ha enseñado la verdad elemental de que, quién le fía al otro, le está otorgando al deudor un voto de confianza, éste debe merecerla.

Con eso quiero decirle que el criterio subjetivo siempre será esencial, porque hay quienes, poseedores de mucho dinero, que lo han acumulado con el único y exclusivo fin de tenerlo, y sin más leyes que su atesoramiento insaciable. El buen manejo de una cartera requerirá entonces, en todo momento, unas relaciones personales que le permitan conocer, al acreedor, la manera como su cliente entiende y cumple las obligaciones a su cargo.

Por su parte, quien vende un determinado artículo, debe estar seguro de que su calidad es igual a la que garantiza en el momento en que se hizo la transacción, porque nadie desea paga, como buena, una cosa que no sirve. La principal condición de un negocio, decían Don Germán y Don Alredo Saldarriaga Del Valle1, es que ambas partes se sientan satisfechas y gananciosas, por haberlo celebrado.

A esos muchachos que reciben tus lecciones a quienes lean tu libro, habrá que señalarles el camino de la esperanza, por oscuro que parezca el presente. De lo contrario, estos optarán por la confusión o por la huida. No estoy proponiendo, con lo que acabo de decirte, la estrategia del silencio y de las mentiras piadosas o calculadas, sino que soy un convencido de que casi todos conocemos el origen de nuestros males y estamos suficientemente centrados sobre la manera de curarlos.

En esta carta, que ya está demasiado larga, te indicaré solamente un porqué de nuestras angustias de ahora:
Todo ser humano, desde el momento en que es concebido, prefiere la ternura a la violencia. Aún las alarmas más solidarias y rebeldes respondan positivamente a gestos de comprensión y de cariño. El gran principio de la bondad humana, consiste en que cada cual tenga confianza en sí mismo, para depositarla toda después de en los demás.

Si esto lo recordaremos a cada instante, el mundo sería mejor. Será necesario: que todos repitamos y en todo tiempo, que el cerebro del hombre sólo es moldeable, en forma duradera y auténtica, durante los primeros dos mil quinientos días de su vida. Allí y en esa corta época, podrá sembrarse la que cada cual prefiera. Nadie, en su propio hijo, deseará recoger después cosechas de odio, resentimiento, de avaricia, de egoísmo, ni nadie quedará satisfecho cuando, al besar a su hijo, crea que está tocando el hielo o el hierro.
Está identificado entonces, un indudable origen de nuestros sufrimientos actuales, pero también conocemos el cómo y el cuándo deben curarse.

De muchas encuestas sobre la opinión que la gente tiene de sus dirigentes, se concluye que casi todos saben que el sector público está más obligado para con la comunidad, pero sin embargo, se esperan más prontas y mejores realizaciones, por parte del sector privado.

También lo creo así y lo espero que esa ilusión se torne realidad. En este mismo aspecto de la educación inicial, la empresa privada tiene un inmenso filón de realizaciones personales que llenaría de regocijo espiritual a sus dirigentes, porque estarían organizando el futuro, con certera visión, para que vengan si pueden vislumbrar el paraíso.

Ya viste pues, amigo mío, que yo, en vez de disciplinarme con tu libro, éste me puso a filosofar y a hablar solo, como si también pudiera escribir otro libro sobre las finanzas básicas del alma. Aunque los linderos parecen claros: mira bien que lo tuyo si sea tuyo y cuídate de que lo hayas conseguido sin el dolor de nadie.

Un Fuerte Abrazo,
REINALDO ARROYAVE LOPERA


1. https://www.google.com/search?q=Don+Germ%C3%A1n+y+Don+Alredo+Saldarriaga+Del+Valle&oq=Don+Germ%C3%A1n+y+Don+Alredo+Saldarriaga+Del+Valle&aqs=chrome..69i57.2284j0j8&sourceid=chrome&ie=UTF-8

Copyright © 2020
Josavere